La inercia generada por la larga duración de las infraestructuras energéticas (más de un siglo para los edificios, cerca de medio siglo para las centrales termoeléctricas) está en el origen de las previsiones a largo plazo, a menudo en forma de escenarios. Pero, ¿cómo podemos mirar al futuro si no sabemos nada de la larga evolución del pasado? El conocimiento histórico, tanto nacional como mundial, ayuda a comprender mejor la posible velocidad de los cambios futuros deseados.